Este martes es el año nuevo de los árboles. Cada evento en el judaísmo tiene su significado espiritual. Es decir, aún aquellos preceptos o eventos que aparentemente son históricos o tienen relevancia solamente en un ámbito determinado y no parecen aplicarse en otros contextos, aún en esos casos, podemos extraer enseñanzas prácticas para nuestra vida.
El contexto del año nuevo de los árboles es uno puramente legal. Se trata de definir cuándo comienza un nuevo año a fin de saber en a partir de qué momento pueden consumirse los frutos del árbol (tres años de orlá), en qué momento deben tomarse ciertos diezmos de los frutos del árbol (como el cuarto año) o cómo deben considerarse los frutos del árbol al respecto del séptimo año (shmitá).
Sin embargo, como explicado anteriormente, aún si estas leyes no tienen incumbencia en la vida personal de mucha gente, sin embargo, la idea del Rosh HaShaná de los árboles tiene algo para enseñarnos.
La Torá dice que el hombre es como un árbol del campo. Entre todas las enseñanzas que esto nos puede dejar, se encuentra la siguiente:
El árbol obtiene vida a través de su raíz. En general, tan grande como sea la raíz del árbol, así de grande será el tronco y así de sanas serán sus hojas.
Ahora bien, cuando se corta la raíz del árbol, el árbol no muere inmediatamente. Primero pierde la frescura y el verde de sus hojas, luego se seca y, por último, se pudre.
Si bien no se requiere de demasiada explicación para entender la analogía, siempre es apropiado aclarar: el árbol somos cada uno de nosotros. Nuestra raíz es el vínculo que tenemos con Di-s.
Cuanto más vinculados estemos a El, más fuertes seremos para sobrepasar las dificultades de la vida. A su vez, cuando hay una desconexión, primero nos secamos, es decir, el servicio a Di-s se vuelve mecánico y seco, falto de energía y alegría. De más está hablar del último paso, cuando el árbol se pudre...
Este mencionado vínculo con nuestra raíz, la Fuente de Toda la Vida, Di-s es a través de Su Torá y Mitzvot.
El estudio de Torá, en particular del alma de la Torá, Jasidut, lleva a la persona a estar conciente en todo momento de su conexión con Di-s, fortaleciendo ese vínculo y expresándolo en todas las cuestiones de la vida cotidiana.
En fin, árboles somos. La gran pregunta es cuán grandes son nuestras raíces.