En el rezo de la mañana, fuego consume fuego.
En nuestro estado natural, ardemos con ansiedad, las ansiedades de la supervivencia en un mundo hostil. Cuando meditamos y rezamos, avivamos un fuego de amor por aquello que trasciende el mundo. Un fuego traga al otro y nos libera.
Liberados del temor, no enfrentamos el mundo como esclavos, sino como señores.