Ninguno de nosotros cree ni por un instante que el mal podría bajar de Arriba.
Más bien, la transmisión desde arriba es pura y coherente. El mal es distorsión y ruido, un resultado de nuestra recepción.
Si sólo ajustásemos nuestros dispositivos de recepción, nuestra actitud y habilidad de recibir, la señal se volvería clara. Y de esto se trata toda la vida: ajustar la recepción.