Si te hubieses hecho a ti mismo estarías acabado.

Pero no te hiciste.

El que te hizo, Él sabía cada desafío que encontrarías, tus fallas y debilidades. Él fue quien las puso ahí.

Y para cada pared de ladrillos que golpeas es, Él te proveyó de una escalera. Para cada abismo en tu alma, un puente para cruzarlo. Para cada montaña que tengas que escalar, una reserva de fuerzas para sorprenderte incluso a ti mismo.

Cuando un desafío aparece, solo debes imaginar qué es necesario para superarlo; y puedes estar confiado de que esa fuerza está en tu interior.

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