El Man (la maná) que caía del cielo en el desierto para el pueblo de Israel, era un pan del Cielo", un alimento espiritual Divino cuyas características eran sobrenaturales - poseía todos los sabores del mundo &quot y no tenía desperdicio"."Por otro lado, sobre el Man está escrito: "Quien te hizo comer Man para afligirte", es decir, el Man no proporcionaba una satisfacción verdadera a quienes lo consumían, porque caía en una cantidad fija, suficiente para un sólo día, y "no es igual quien tiene el pan en su canasta, a quien no tiene el pan en su canasta". En otras palabras, la aflicción consistía en la duda de si al otro día descendería el Man o no. A su vez, a pesar de que el Man poseía todos los gustos del mundo, sin embargo, "no es igual quien ve y come a quien no ve y come" - quienes comían el Man no veían los alimentos específicos que tenían los gustos que sentían en su paladar.

Encontramos aquí una contradicción: la riqueza y la pobreza imperaban en una misma comida. Esa misma comida que por un lado era la perfección total y poseía todos los sabores, generaba en el consumidor un sentimiento de aflicción e insatisfacción. La verdad es que no hay contradicción alguna, sino que se trata de dos lados de la misma cosa.

El Man, en su esencia misma, era algo extraordinario, un pan Divino, ilimitado. Precisamente por eso, cuando descendía al mundo material, limitado, éste no estaba en condiciones de absorberlo y expresar en las definiciones materiales sus características ilimitadas. El ojo carnal no puede ver infinitos gustos, y por ello el Man generaba una falta de satisfacción. Para poder recibir al Man como era en sí mismo, ilimitado los hombres debían desprenderse de sus limitaciones humanas.

El alimentarse con Man en el desierto constituyó la preparación para cumplir con la Torá y sus preceptos en la Tierra de Israel, dando la fuerza para superar los dos tipos dificultades con las que el hombre se enfrenta: la prueba de la riqueza y la prueba de la pobreza.

La riqueza anida en su seno un peligro: el hombre puede pensar que fue su propia fuerza y poder las que le generaron el éxito. El desafío de la prueba de la pobreza es alcanzar la convicción de que "no hay mal que provenga de Arriba", y que también los sufrimientos vienen del Altísimo, Quien es la bondad absoluta.

El Man nos brinda una lección en ambas direcciones. El rico aprende del Man, que la riqueza proviene de Arriba, y no es el fruto del esfuerzo del hombre. El pobre aprende del Man, que el flujo Divino, tal cual proviene de Arriba consiste en una bondad extraordinaria, sólo que no siempre se percibe como tal.
El camino para recibir el bienestar que viene de Arriba, es liberarse totalmente del sentimiento de "mi fuerza y el poder de mi mano", y apoyarse totalmente en el Altísimo. Cuando el hombre se libera de sus preocupaciones personales y cree en Di-s, que es la Fuente de la bondad y el bienestar, entonces se hace meritorio de ver la bendición en la acción de sus manos y de recibir la Bondad Superna también en el mundo terrenal.

Lo mismo ocurre en el plano del espíritu: el camino para recibir la luz de la Torá, llamada "pan del Cielo", y especialmente la parte "interior de la Torá" (Pnimiut HaTorá), "que no posee desperdicio alguno" - es a través de que el hombre se convierte en un "recipiente vacío", que se abstrae de sus preconceptos personales. Se hace merecedor de absorber la luz infinita de la Torá.

Adaptado de www.jabad.org.ar

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