¿Qué padre y madre no tuvieron que recurrir a los métodos menos convencionales para calmar a sus alborotados hijos en el medio de un paseo vacacional?
En la mente resuena la canción popular "Vamos de paseo, en un auto feo, pero no me importa, porque llevo torta". Aún si uno nunca tuvo un automóvil, la canción vale igual, en el micro, en el catamarán o en la camioneta.
El Baal Shem Tov - fundador del movimiento jasídico - solía decir que de todo lo que uno ve o escucha debe extraer una enseñanza en su servicio a Di-s. La verdad es que esta canción tan inocente encierra una enseñanza de vida judaica muy profunda.
El paseo es la vida terrenal. Nuestras almas descienden desde su fuente espiritual para investirse en un cuerpo físico, al mejor estilo de un paseo por el mundo. El auto feo es el mundo material, que es feo porque no nos deja percibir la Presencia Divina encerrada en él. La canción sigue "pero no me importa, porque llevo torta": y la torta, ¿qué es?.
La torta son las Mitzvot - preceptos - de nuestra Sagrada Torá. Así como en la canción la torta apacigua el sufrimiento de un paseo en un auto feo, las Mitzvot son como agujeros negros místicos a través de los cuales uno puede conectarse con otra dimensión, la dimensión espiritual del auto feo, en otras palabras, cada Mitzvá es un bocadillo dulce que le permite a uno elevarse por sobre las circunstancias amargas de la vida cotidiana.
El único requisito para que esto funcione es darse cuenta de que, a pesar de que estamos de paseo y en un auto feo, tenemos torta, con la cual, desde una perspectiva más profunda, podemos hacer de nuestro auto feo el mejor viaje de nuestras vidas, haciendo del mundo a nuestro alrededor, una morada para Di-s.